Uno nace con una cara. Eso, creo, debe ser la genética. Y uno también nace con una esencia. Eso, creo, debe ser Dios. Después, la vida te contamina, te confunde y te marea, hasta que uno, lógicamente, a contramano de su espíritu, empieza a tropezar. Todos esos tropiezos, que son caídas, son la revancha que da la existencia para burlar a los prejuicios, a toda la sarta de información errada. Son, básicamente, los pasos en falso que hay que dar para volver al nido, para reencontrarse con la esencia postergada, con uno mismo. Eso, creo, es la plenitud... En el fútbol, como en la vida, obviamente pasa algo parecido. Racing nació “grande”. Tiene esencia de campeón. Ahora está torcido; está buscando reencontrarse con su verdadero destino. Está lejos, casi en el otro extremo, pero todavía está a tiro. Contra Belgrano, en Córdoba, jugó como nunca, pero empató como siempre. Incluso batió otro récord: desperdició tres veces seguidas una chance de gol a dos metros de un arco sin arquero, casi vacío. Es cierto que la formación de Juan Manuel Llop debió ganar el duelo de ida por una buena diferencia de goles, tan real como la otra verdad, la que los hinchas miran de costado, espantados: este equipo no es garantía de nada, la serie quedó abierta y el temido descenso sigue ahí, al acecho, a la vuelta de la esquina... A la “Academia” le queda una chance. Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde, incluso cuando se pierden tantos goles y tantos partidos... Y ahí estará su gente este domingo, fiel, desesperada, colmando al “Cilindro”. “Una Pasión inexplicable”, reza la más famosas de sus banderas. Eso, creo, eso es Racing Club de Avellaneda.
Juan Butvilofsky
Deportes
Metro 95.1 "El Parquímetro"
América 1190 "Página Abierta"
El Tablón / www.tablonargentino.com
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